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Nota del editor: Esta es el primero de una serie de artículos sobre los “sacerdotes villeros,” un grupo de cerca de 40 sacerdotes que viven y trabajan en los barrios carenciados de Buenos Aires, explorando su trabajo, sus pensamientos y la realidad de las personas que viven en las villas en las que el Papa Francisco solía pasar gran parte de su tiempo cuando era arzobispo de la capital argentina.

ROSARIO, Argentina – El 22 de abril de 2009, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, habló sobre las amenazas que recibió uno de los sacerdotes de la Arquidiócesis de Buenos Aires que había criticado el narcotráfico, calificándolo como un “veneno [que jóvenes] tienen en sus manos.”

El sacerdote había sido amenazado por ser uno de los 19 que habían firmado un documento denunciando la “despenalización de facto” del narcotráfico en las villas de Buenos Aires.

“Esa amenaza no es chaucha y palito, porque no sabemos en qué puede terminar,” dijo el cardenal en ese momento, y agregó que estaba convencido de que la amenaza contra uno de los miembros del Movimiento de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, conocidos como los “curas villeros,” provenía de narcotraficantes, a quienes describió como “comerciantes de la oscuridad.”

Negándose a dar el nombre del sacerdote que había sido amenazado, Bergoglio tomó como propio el documento presentado por los sacerdotes, diciendo “tomo ese documento de manera personal. Lo que dicen los firmantes es como si lo hubiese dicho yo.”

Diez años después, no hay duda de a quién defendía el futuro papa cuando denunció la “oscura propuesta de las drogas” y sus comerciantes: al padre José María Di Paola, conocido por sus amigos y enemigos como “Padre Pepe.”

Al principio, Di Paola se negó a dejar que la amenaza detuviera su trabajo en la Villa 20-21, donde trabajaba en la parroquia de Nuestra Señora de Caacupé. Sin embargo, cuando un año después las amenazas continuaron, e incluyeron a sus colaboradores, se fue “exiliado” a Santiago del Estero, una de las provincias más pobres del norte argentino.

Tuvo el apoyo de Bergoglio y la invitación del obispo local.

Algunos años más tarde, en 2013, cuando su antiguo arzobispo fue elegido papa, Di Paola decidió regresar a Buenos Aires para continuar el trabajo en las villas. Como ya había otros sacerdotes en Caacupé, decidió instalarse en La Cárcova, a unos 50 minutos del centro de Buenos Aires en automóvil.

“Toda la parroquia es villa,” le dijo Di Paola a Crux el 16 de julio. Decenas de miles viven en la parroquia, que es geográficamente tan grande que “no tenemos una pastoral juvenil, tenemos cuatro. No tenemos un centro de formación, tenemos dos, y necesitamos una escuela y un anexo para llegar a todos.”

Los que viven en La Cárcova se encuentran entre las personas más pobres de lo que se conoce como el Gran Buenos Aires. La capital alberga a casi tres millones de personas, pero la región del Gran Buenos Aires tiene una población de 13 millones, un tercio del total del país.

Aunque algunas de las personas que viven en La Cárcova tienen casas de una habitación hechas con ladrillos y cemento, la mayoría vive en chozas “construidas” con madera, láminas de metal y bolsas que se utilizan para hacer silos. Cuando llueve, a veces es difícil distinguir el interior de las casas del exterior.

Según un estudio de 2016 realizado por la ONG Techo, unos tres millones de personas en Argentina viven en estas condiciones. Más allá de la precariedad de las casas, el 60 por ciento de los barrios marginales se inunda cuando llueve, y en el 40 por ciento no hay recolección de basura. Además, el 70 por ciento de las villas tienen un “factor de riesgo” adentro o a menos de 10 metros, incluido un río, una carretera o un basural.

El área donde vive Di Paola comenzó a crecer a principios de la década de 2000, después de una crisis económica que dejó a muchos argentinos de clase media baja en la calle, recorriendo los basureros de la ciudad en busca de alimentos y materiales reciclables para vender. Esta actividad de recolección de papel, aluminio, cobre y plástico se conoce “cartonear,” y desde entonces se ha convertido para algunos en una fuente formal de empleo.

Muchos de los que viven en las villas de Buenos Aires son del interior, y otros provienen de países vecinos como Paraguay. Estos últimos trabajan principalmente en la construcción y en negro.

“La situación en las provincias, incluido el Gran Buenos Aires, es mucho más precaria que en la capital”, dijo Di Paola a Crux. “Cuando llegué a la 20-21 en 1996, las villas eran invisibles. En aquel entonces, éramos un pequeño grupo de personas trabajando y no teníamos nada: no había acuerdos con el gobierno, no había organizaciones que nos ayudaran y el estado estaba ausente. La situación aquí es la de las villas de Buenos Aires hace 20 años.”

Di Paola es un hombre que no escatima palabras. Habló con Crux entre grabaciones de un programa de radio que comparte con Marcelo Figueroa, un ministro presbiteriano cercano al Papa Francisco. Durante el programa, grabado en la parroquia de San Juan Bosco, ubicada en el borde de La Cárcova, hablaron sobre la violencia, y el sacerdote criticó virtualmente a todos los candidatos presidenciales de las elecciones, programadas para octubre, y no ocultó su descontento con todos ellos.

“La gente hoy necesita un trabajo, no un plan social,” dijo Di Paola. “Los lemas son inútiles. Se están utilizando muchas palabras, pero hay muy pocas propuestas reales.”

Cerca del papa, pero no en contacto con él

A fines de junio, 37 sacerdotes de las villas publicaron una declaración en defensa del Papa y pidieron que se detuviera la tergiversación que los medios locales hacen de las palabras y hechos de Francisco. Los sacerdotes también pidieron que se detuviera la cadena interminable de pseudo voceros papales en Argentina, donde algunos personajes se jactan de ser amigos del papa y son denominados voceros aunque no lo sean.

Di Paola se separa rápidamente de estos pseudo voceros: “No hablo con el papa ni intercambio correos electrónicos con él. Sin embargo, algunos medios de comunicación piensan que hablar mal de lo que hacemos es hablar mal del papa.”

Los ejemplos de cosas que los sacerdotes de las villas dijeron que fueron etiquetadas como una “orden de Roma” por la prensa abundan, pero pocos ponen esta situación más en evidencia que lo que sucedió el año pasado, cuando en el país debatió la legalización del aborto. Di Paola fue uno de los dos sacerdotes católicos, el otro fue el obispo Gustavo Carrara, también del grupo de sacerdotes villeros, que hablaron durante un debate abierto en el Congreso de Argentina.

Di Paola pronunció un fuerte discurso, en el que dijo que las mujeres pobres, que a menudo son usadas para justificar el pedido de “aborto gratuito, seguro y legal” en realidad no quieren abortos, y acusó al gobierno de Mauricio Macri de abrir el debatió porque se lo ordenó el Fondo Monetario Internacional, que estaba en proceso de negociar un préstamo.

“En ese momento, muchos periodistas escribieron, sin ninguna evidencia, que el papa me había ordenado decir lo que dije”, dijo Di Paola a Crux. “No importa que no fuera cierto: el mensaje que transmití fue redactado aquí, en esta parroquia, lo hicimos con un grupo de católicos que durante mucho tiempo han estado analizando lo que está sucediendo en el país.”

“Muchos de los que están a favor del aborto afirman estar en contra del FMI, pero ignoran el hecho de que las políticas de control de la población son una condición del FMI o de cualquier otra organización internacional que preste dinero,” dijo Di Paola.

El mensaje está alineado con las repetidas denuncias de Francisco que dice que la ayuda económica extranjera tiene un “precio” que va más allá de los intereses y que se convierte en una “colonización ideológica.” Sin embargo, insistió el sacerdote, el mensaje que transmitió fue “escrito en Argentina sin intervención alguna del papa.”

Sin embargo, la “mala imagen” creada por los medios de comunicación sobre el papa, “con su constante necesidad de hablar mal de él” y poner palabras en la boca del papa sobre Argentina, es algo que impacta en el trabajo de Di Paola.

“Tengo la oportunidad de estar en diferentes entornos, con trabajadores sindicales, políticos, líderes de la industria, y a veces les presentamos una propuesta y nos dicen que no con el argumento de que el papa no quiere esto o aquello,” dijo Di Paola. “A veces me pregunto quién les dijo eso, porque el papa seguramente no lo hizo, ni tampoco su portavoz, que no es argentino.”

Según el sacerdote, hay una “conspiración” en contra el papa en Argentina. Sin embargo, esa conspiración no está presente en La Cárcova, donde la adhesión al papa “es total.”

“Encontrarás que el apoyo al papa en las villas es mucho mayor que en la clase alta,” dijo Di Paola. “La gente se identifica con las cosas que hace: eligió vivir austeramente; él habla y elige estar con aquellos que están en las periferias, que han sido descartados por la sociedad y el sistema. Él detiene el papamóvil para aceptar un mate [o] saludar a un niño enfermo, o se va a una isla [Lampedusa] para estar con las personas que apenas sobrevivieron cruzando el mar Mediterráneo.”

“Eso es lo que ven las personas en las villas y los que sabemos quién es verdaderamente Francisco y cuál es su mensaje,” dijo Di Paola.